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El humor como lenitivo
A Mao no le agradaban nada el humor ni la sátira. El régimen inventó un delito: «pronunciar palabras raras». Cualquier comentario meramente escéptico podía suponer la muerte. El represor chino no quería personas, sino máquinas que hicieran lo que él decretase.
A Stalin sólo le provocaban hilaridad las chanzas que él realizaba sobre los demás. Las que alguien hiciera sobre él suponían graves daños, también físicos, para el implicado. Sin embargo, el humor se abrió paso porque es un modo de manifestar lo ilegítimo del poder tiránico comunista en cualquiera de sus formatos.
A pesar de la radical falta de aprecio por la sonrisa, y de los graves riesgos que implicaba ser escuchado, muchas personas sometidas a las dictaduras ...
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